
"¿Cómo habría podido persuadirse de que aquel burgo loco por el dinero bastaría para salvarlo, aquella Gotham en donde jokers y pinguinos se desmadraban sin ningún Batman (ni siquiera Robin) que frustrara sus planes, aquella Metrópolis hecha de criptonita en la que ningún Superman se atrevía a poner pie, en donde se confundía la riqueza con los ricos y el placer de poseer con la felicidad, en donde la gente llevaba una vida tan pulida que las grandes verdades ásperas de la cruda existencia habían sido alisadas y abrillantadas, y en la que las almas humanas habían vagado tan separadas durante tanto tiempo que apenas recordaban cómo tocarse; aquella ciudad cuya legendaria electricidad alimentaba las barreras eléctricas que se estaban levantando entre hombres y hombres y también entre hombres y mujeres? Roma no cayó porque sus ejercitos flaquearan sino porque los romanos se olvidaron de lo que significaba ser romano. ¡Podría ser que aquella nueva Roma fuera en realidad más provinciana que sus provincias; podrían haber olvidado aquellos nuevos romanos qué y cómo estimar, o lo habían sabido alguna vez? ¿Eran todos los imperios tan indignos, o era aquel especialmente tosco? No había ya nadie en aquel empeño bullicioso y abundancia material dedicado a la explotación profunda de la mente y el corazón? Oh América Soñada, ¿terminaría la búsqueda de la civilización en la obesidad y la trivialidad, los Roy Roger y Planet Hollywood, en US Today y E!; en la codicia de los concursos televisivos de un millón de dólares o el voyeurismo documental; o en el eterno confesionario de Ricki y Oprah y Jerry, cuyos invitados se asesinaban entre sí después del show; o en un chorro de ofensivas comedias a cual más tonta destinadas a jóvenes que se sentaban en la oscuridad gritando su ignorancia a la pantalla; o en las mesas inaccesibles de Jean-Georges Vongerichten y Alain Ducasse? ¿Qué paso con la búsqueda de llaves escondidas que abrían las puertas de la exaltación? ¿Quién demolió el Capitolio y lo sustituyó por una fila de sillas eléctricas, esas traficantes de la democracia de la muerte, en donde todos, los inocentes, los deficientes mentales y los culpables podían morir uno al lado de otro? ¿Quién pavimentó el Paraiso y construyó un estacionamiento? ¿Quién se conformó con un George W. Gush agorero y un Al Bore embushcado?"...
"Sí, América lo había seducido; sí, su resplandor lo había excitado y también su inmensa potencia, y esa seducción lo ponía en situación comprometida. Aquello a lo que se oponía tenía que combatirlo también dentro de sí. Le hacía querer lo que prometía y eternamente negaba. Todo el mundo era ahora americano, o al menos estaba americanizado: indios, iranías, uzbekos, japoneses, liliputienses, todos. América era el terreno de juego del mundo, su reglamento, árbitro y balón. Hasta el antiamericanismo era un americanismo disfrazado, al admitir, como admitía, que América era el único juego de la ciudad y la cuestión americana el único negocio al alcance; y por ello, como todo el mundo, Malik Solanka recorría ahora sus altos pasillos con la gorra en la mano, como suplicante en aquella fiesta; pero eso no quería decir que no pudiera mirar a la cara."
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